Francisco Monge García, soltero que vive solo
«Cuando era pequeño vivíamos como si fuéramos soldados en el ejercito, todos apilados
JOSE CARLOS DIEZ / GUARDO
La vida de Paco ha girado en torno a las Casas del Hogar de Guardo, de donde únicamente ha salido para trabajar. En la casa que habita nació y ha vivido durante las más de cinco décadas que acumula en su haber vital.
En la actualidad vive sólo en la casa que nació, una casa a la que llegaron sus padres en la década de los 50 y en la que han llegado a vivir hasta una docena de personas. Los padres de Paco, los abuelos alternativamente y sus ocho hermanos: Mari Carmen, Tomás, Laura, Rosa, Montse, Montse, Ana y Mónica.
Una casa de tres habitaciones y de unos 70 metros cuadrados, en la que “vivíamos talmente como si fuéramos soldados en el ejército, apilados”, comenta mientras ríe recordando su juventud, en la que menciona los turnos para utilizar la cocina y el baño. “Mi padre se levantaba el primero para ir a trabajar y, mientras utilizaba el baño, mi madre preparaba su desayuno. Después los mayores iban preparando el desayuno de los más pequeños, mientras a turnos íbamos preparándonos para ir al colegio”, cuenta.
“Los fines de semana, que eran un poco más especiales y había más tiempo, podíamos llegar a estar hasta tres hermanos en la bañera”, sonríe mientras recuerda que, “cuando había una bronca en casa, cada uno tenía su sitio para esconderse, unos debajo de la cama y otros debajo de la mesa, pero todos teníamos el hueco” y asegura que “a quien le tocaba el hueco del armario de mis padres era la monda, porque siempre salías con algo puesto”.
Este guárdense también recuerda cómo “la vida la hacíamos en la escalera y en los rellanos” y cómo “hacíamos teatro con los hijos de los vecinos, nos inventábamos o nos aprendíamos una obra de teatro y la representábamos en las escaleras”, comenta sobre una época en la que el número de vecinos en el portal, con ocho viviendas, superaba las sesenta personas.
Muy lejos han quedado aquellas cifras de vecinos en el portal, en el que el año pasado sólo había tres viviendas ocupadas y, aunque ahora son más las puertas que abren y cierran a diario, “casi todas son para una persona, sólo hay un par de casas con dos o más personas”, asegura.
“Se nota mucho el cambio de lo que era la escalera y lo que es hoy”, asegura Paco, que ha visto año tras año, ver cómo la gente se iba marchando a trabajar fuera o a vivir en otros domicilios. “Durante los últimos años ya ni te ves con los vecinos más allá de la hora de llegar del trabajo, que coinciden a veces en el portal, te saludas y ya”, triste por la deshumanización que está habiendo en la sociedad.
Actualmente él está solo por una suma de circunstancias, pero sobre todo “por descarte, ya que había que cuidar a los mayores y éramos los solteros los que nos quedábamos en casa. Al estar cuidando a tus mayores, tampoco tienes tiempo de salir de juerga y de fiesta, porque no les puedes dejar solos, así que tampoco tienes tiempo de alimentar una relación”, asegura sobre una vida “de puertas para adentro”.
Ha sido este año pasado cuando se ha quedado sólo, ya que en febrero, cuando se empezaba a ver la importancia de la pandemia, cuando se quedó sólo en su casa, tras el fallecimiento de su hermano Tomás, que vivía con él. Esto hizo que durante todo el confinamiento estuviera sólo, pero no por mucho tiempo “porque me terminé echando un gato para que me hiciera compañía”, explica.
Respecto a por qué la gente vive sola y por qué cada vez hay más “habitantes solitarios”, cree tener la respuesta. “Vivimos solos por las circunstancias, en muchas ocasiones te irías a la playa o a un sitio de alquiler donde pudieras estar más a gusto, pero los precios son muy elevados”, asegura antes de admitir que “la soledad te vuelve muy huraño, muy poca gente comparte piso porque te encierras en ti mismo y empiezas a pensar en a quién voy a meter en casa, si será buena gente o si no. ¡Vete tú a saber a quién metes en casa!” se autoconvence.
También tiene pensado qué hacer el día que, viviendo sólo, vea que no puede valerse por sí mismo o que necesita ayuda. “Yo me meto a la residencia, no molesto a nadie”, asegura sobre sus planes de futuro, “pero queda mucho para eso, de momento me veo muy bien”.
Sobre su vida diaria, además del trabajo como guarda forestal, no olvida mencionar uno de sus lugares más frecuentados: el banco del barrio, un banco situado frente a su casa en el que “por la mañana, se sientan las señoras mayores a hablar de sus cosas, a mediodía y por la tarde, los chavales que salen de los colegios y del instituto y, por la noche, nos toca el turno a los solterones, que charlamos un rato y nos damos un paseo”, explica.
Precisamente, este lugar le hace recordar que tiene dos peticiones para el Ayuntamiento: “que se ponga un banco más, que el que hay se va quedando pequeño y que terminen de arreglar y abran el hogar del pensionista, que dentro de poco ya tendremos la edad y no vamos a tener dónde ir”, dice riéndose pero totalmente en serio.