Un cementerio repleto de curiosidades
El camposanto de Guardo conserva las historias de hombres y mujeres ilustres
JOSE CARLOS DIEZ / GUARDO
El cementerio de Guardo acoge en sus lápidas los nombres de personas ilustres y entre sus muros afloran sentimientos y recuerdos, que permanecen tallados, como en el mármol de las lápidas, en la memoria de los guardenses. Entre 3.500 y 4.000 personas hay enterradas entre los muros del cementerio municipal de Guardo, aunque entre todas las tumbas, lápidas, sepulturas, panteones y columbarios destacan algunos.
Es, por ejemplo, el caso del panteón en tierra de la familia Enríquez, cuyo último residente en Guardo fue Edmundo Enríquez, nacido en Guardo en 1857 y recordado por muchos de los más mayores de la localidad, según cuenta Jaime García Reyero en su libro ‘Guardo, sus gentes y su historia’, ya que cuando los chavales le daban los buenos días, él les daba una moneda. Personaje ilustre de la historia de Guardo, contaba por aquel entonces con coche propio, que le fue requisado por las fuerzas nacionales durante la Guerra Civil. Además, realizó numerosas donaciones al pueblo, como terrenos en los que hoy día se ubica la plaza que lleva su nombre, cuya urbanización costeó con sus propios fondos. Asimismo, entregó una cantidad suficiente de dinero para pagar las expropiaciones de los terrenos donde se ubica el nuevo cementerio, por lo que se trata de la única sepultura del cementerio cuya concesión tiene el carácter de a perpetuidad.
Tal fue su altruismo, que el pleno del Ayuntamiento le nombro «ejemplo a seguir» y le concedió el nombre de la plaza que urbanizó. Además, en la Iglesia de San Juan se sigue contando hoy en día con la capilla de Los Enríquez, junto al altar mayor. Aún así, Edmundo no se halla enterrado en Guardo, donde falleció en 1949, sino que sus familiares le trasladaron a La Rioja. En este panteón familiar se hallan enterrados los restos de sus hermanos, que fueron trasladados en su momento desde el cementerio viejo.
Otra de las tumbas que al ser vistas hace rememorar a los guardenses sus tiempos más jóvenes es la de la familia Vázquez Sierra, en la que se halla enterrada María Sierra Meléndez, más conocida por todos como ‘maestra doña María’. Cuentan los que fueron sus alumnos que esta docente «era todo amor con los niños, como una gallina con los polluelos. Cuando nos cambiaban de maestra llorábamos todos porque queríamos seguir con ella». Una maestra de párvulos, de 4 a 5 años, que se ganó el reconocimiento y el cariño de los guardenses, que le dedicaron a principios de la década pasada una calle en su honor.
Empresarios y religiosas
A quien también se recuerda con cariño es a Eugenio Aparicio, enterrado en el panteón familiar junto a su esposa, Beni Rodríguez. Joyero de la localidad, su hijo ha mantenido el negocio con su misma dedicación. Un hombre altruista que dedicaba su oficio al cliente para dedicarse a lo que para él era lo primero, sin olvidarse de que también costeaba los gastos de mantenimiento de una escuela para niños discapacitados a los que se enseñaba el oficio de relojero.
Otro Eugenio que también dispone de su panteón familiar y reconocimiento del pueblo es Eugenio Álvarez del Collado, empresario guardense que con su flota de camiones llevó el nombre de Guardo por toda España. Los que más le recuerdan son los socios del Hogar del Pensionista, a los que siempre pagaba una excursión anual, además de muchos guardenses que trabajaron para él.
Una de las anécdotas que se recuerdan en el cementerio guardense es el entierro civil de Olegario Liébana Martín, un hombre de izquierdas que en 1979 quiso que en su entierro no participase ningún religioso, siendo el primero de los entierros civiles que se celebró en la localidad.
Las religiosas del Amor de Dios también cuentan con su propio panteón en el camposanto, donde daban sepultura durante su estancia en Guardo a las monjas que tras fallecer no eran trasladadas a sus localidades de origen.